martes, 17 de julio de 2018

El sentido detrás de las rejas


     Leer “El hombre en busca de sentido” de Viktor Frankl me hizo retroceder al tiempo
cuando laboraba en el área penitenciaria, específicamente en el IJ Rodeo II, lugar donde
precisamente conozco por primera vez la obra de Frankl gracias al capellán del internado.
Y es que las similitudes entre lo que Frankl describía sobre los prisioneros en los campos
de concentración y estos internos, eran palpables. Y no solo es el hecho de estar recluido en
un espacio físico determinado, el “campo de concentración” puede ser muchas cosas,
circunstancias inesperadas, abrumadoras, esas que dan la sensación que nunca van a pasar,
que no podrás escapar.
     Voy a hacer referencia a tres características descritas en “El hombre en busca de sentido”
(Frankl, V. 2004) las cuales identificó Frankl en los prisioneros, sus compañeros e incluso
él mismo, durante su permanencia en los campos de concentración.
     La primera tiene que ver con la apatía, esa transformación en el prisionero, embotado por
sus propios sentimientos, que le hacía perder la capacidad de asombro y de sensibilidad
ante las crueles escenas que se desarrollaban alrededor. En el centro penitenciario lo pude
observar, pero lo llamativo para mí no era tanto que esta actitud estuviese en los internos,
pues de cierta manera era esperable; lo que realmente me sorprendía era observarlo en el
personal del lugar, incluido el personal asistencial. La violencia en los centros
penitenciarios no es secreto, en este caso para ese momento la población reclusa rondaba
los 400 internos. La dinámica del lugar era que permanecieran con las celdas cerradas, no
había “desplace”, y solo algunos privilegiados podían estar fuera de sus áreas de reclusión
por diversos motivos. Los días de visita la rutina cambiaba, las celdas eran abiertas y
entonces era la oportunidad para saldar deudas entre los internos, lo cual por lo general
daba como resultado al menos un fallecido.
     Cada miércoles al llegar al lugar de trabajo era común encontrarse con un cadáver,
inevitable ver el cuerpo descubierto aún ensangrentado; solo se preguntaba el nombre,
buscar el expediente y cambiarlo a la gaveta de “fallecidos”. Sin más comentario se
continuaba la jornada, a veces salía a relucir la expresión: “el que a hierro mata, no puede
morir a sombrerazos”. Incluso podría haber sido un interno con el cual hubiese un contacto
constante, aun así la apatía se mantenía.
     Otra elemento descrito por Frankl era el impacto del insulto, causante de indignación sobre
todo al ser juzgado injustamente. Recuerdo vivamente como uno de los internos del penal,
quien afirmaba estar preso siendo inocente producto de una confusión, relataba su
experiencia luego de una fuerte requisa, donde los insultos son protagonistas, incluyendo
acciones humillantes como el quitarles la ropa, obligarles a acostarse boca abajo en el piso
mientras los guardias les caminaban por encima y golpeaban aleatoriamente con su arma.
     Ante esta vivencia me decía: (Vb) “nunca seré el mismo, más nunca me dejaré pisotear por
nadie”.
     Finalmente, el humor, al que Frankl describe como una especie de mecanismo de defensa
que “permite un distanciamiento necesario para sobreponerse a cualquier situación, aunque
sea por un breve tiempo” (p.70). Y esto se observa en múltiples contextos, no solo el
penitenciario. Muchas veces ha sido una actitud muy criticada, venezolanos se acusan entre
sí de tomar todo “en broma”, aún en las difíciles circunstancias actuales, cuando es la
evidencia de que esa situación afecta tanto que se necesita ese bálsamo para sobrellevarlo.
     Por otra parte, la logoterapia está centrada en el futuro, siendo la esencia de la existencia la
“capacidad del ser humano para responder responsablemente a las demandas que la vida le
plantea en cada situación particular”. (p. 131); ¿cuál impacto pudiera tener en estos jóvenes
recluidos como consecuencia de cometer un delito el asumir responsabilidad sobre sus
actos?
     En la gran mayoría de las entrevistas realizadas, la verdad no recuerdo ninguna que no
hubiese sido así, el culpable de sus actos siempre era otro: el sujeto que lo provocó, el
padre/madre que no cuidaron de él, la sociedad que no le tendió la mano, la pobreza, el
barrio, la circunstancia. Nunca un “fue mi elección”. Asumir la responsabilidad sobre
nuestras actitudes ante cada situación, da un cambio de perspectiva, y por lo tanto de
conducta, incluso el repertorio emocional ya no es igual.


















Bibliografía
Frankl, Viktor (2004) El hombre en busca de sentido. Barcelona: Herder Editorial.
Lcda. Yalileth Revetti
Cursante del Diplomado en Logoterapia, Análisis Existencial y Sentido de Vida (IV
Cohorte). Instituto Venezolano de Logoterapia y Análisis Existencial “Viktor Frankl”.

YALILETH REVETTI
Cursante del Diplomado en Logoterapia, Análisis Existencial y Sentido de Vida (IV Cohorte).
Instituto Venezolano de Logoterapia y Análisis Existencial “Viktor Frankl”

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